Escrito por Rosa Salas
Dos de febrero del 2015, después de un día repleto de actividades de organización y familia llegó la noche. Al momento de despedirnos para que él regresara a Ayala le pedí que se quedara esa noche, que esperara a la mañana siguiente para irse con luz del día y así fue. Pasamos una noche como muchas otras en las que dos soñadores hablaban y hacían planes para un hermoso futuro juntos, lleno de amor y esperanza; con el ingrediente especial de querer hacer de sus vidas una herramienta para poner un granito de arena a la creación de un mundo diferente, un espacio mejor donde nuestras familias, donde los amigos, los conocidos y donde todos aquellos que aún no conocíamos pero que sabíamos vulnerables tuvieran la oportunidad de tener una vida digna… y entre planes y sueños él se quedó dormido, con el gesto noble, pero a la vez reflejando cansancio de haber pasado días y noches de mucho trabajo, de reuniones unas tras otras, de noches de guardia, de días de caminar y transportes con climas asoleados, con un cuerpo fuerte pero que a la vez le reclamaba el descuido de su alimentación y de su salud la cual dejaba al último por cumplir con sus tareas, y yo, iba cobrando sueño contenta de tenerlo conmigo, admirando el rostro de mi hombre noble, fuerte, que a la vez me reflejaba a un niño tan intenso en su forma de confiar, de creer y amar al mundo.
Tres de febrero, salimos de casa para asistir a nuestras tareas apenas desayunando para que no se hiciera tarde, nos acompañamos un tramo del trayecto conversando ideas, nos dimos un beso de un hasta pronto como siempre, tranquilo, seguro y lleno de amor… jamás pensé que sería el último beso que le daría, que sería la última vez que miraría sus hermosos ojos, que sería nuestro último momento juntos en este mundo.
Lee el testimonio completo en la Revista Resiliencia #1, página 64 a 68: